sábado, 31 de marzo de 2012

Sabato: escuchadores al alcance de todos



Remedios Varo. El encuentro.

   Ofrecemos los servicios de nuestros hábiles y experimentados escuchadores, que oirán todo lo que usted quiera decir, sin interrumpirlo, por un moderado estipendio. Cuando nuestros escuchadores escuchan, sus rostros expresan interés, piedad, simpatía, comprensión, odio, esperanza, desesperación, furia o alegría, según el caso lo requiera. Abogados y políticos, presidentes de clubs, predicadores, hallarán experiencia en ensayar sus discursos ante nuestros expertos. Así como las personas solitarias que no tengan con quien hablar. Cualquiera puede contarles libremente sus problemas domésticos o sexuales, sus ideas para negocios o inventos, sin temor de que su secreto sea violado. Miles de testimonios a su disposición certifican este aserto. Dé rienda suelta a sus sentimientos ante nuestros escuchadores y muy pronto advertirá los beneficios. –THE SOUTHERN LISTENING BUREAU, Little Rock, Arkansas.

Ernesto Sabato. Publicidad de periódico en Abaddón el exterminador (1974). 

martes, 27 de marzo de 2012

Yasushi Inoué: amar o ser amada


¡Amar, ser amada! Nuestros actos son patéticos. Por la época en que estudiaba segundo o tercero en el colegio de niñas, nos preguntaron en un examen de gramática inglesa la voz activa y pasiva de los verbos. Golpear, ser golpeado; ver, ser visto. Entre muchos ejemplos de esta índole, brillaba esta pareja de palabras: amar, ser amado. Mientras cada alumna examinaba las preguntas meditando con atención y chupando la punta del lápiz, una de ellas, no sin malicia, hizo circular un trozo de papel, y la chica que estaba detrás de mí me lo pasó. Cuando lo tuve ante los ojos me topé con la siguiente pregunta: “¿Deseas amar? ¿Deseas ser amada?”. Y bajo las palabras “deseas ser amada” aparecían numerosos círculos trazados con tinta, con lápiz azul o rojo. En cambio, bajo las palabras “deseas amar” no figuraba ningún signo. No me erigí en excepción, y añadí un círculo debajo de “deseas ser amada”. Aun a os dieciséis o diecisiete años, pese a no saber en qué consiste “amar” o “ser amada”, las mujeres parecemos conocer ya por instinto la dicha de ser amadas.

Yasushi Inoué. La escopeta de caza (1949).

martes, 20 de marzo de 2012

Sabato: las lecciones de Fernando Vidal

Mural en Pompeya. Sátiro y ménade. Siglo I.
Una maestrita, Norma Gladys Pugliese, a la que utilicé durante algunos meses para estudiar ciertas reacciones de intelectuales de suburbio, pensaba, naturalmente, que el odio y las guerras entre los hombres eran debidos al mutuo desconocimiento y a la ignorancia general; tuve que explicarle que la única forma de mantener la paz entre los seres humanos era mediante la ignorancia recíproca y el desconocimiento, únicas condiciones en que estos bichos son relativamente bondadosos y justicieros, ya que todos somos bastante ecuánimes con relación a las cosas que no nos interesan. Con algunos libros de historia y con la sección policial de los diarios de la tarde en la mano, me veía obligado a explicarle el ABC de la condición humana a esta pobre diabla que se había educado bajo la dirección de distinguidas educadoras y que creía, más o menos, que el alfabetismo resolvería el problema general de la humanidad: momento en que yo le recordaba que el pueblo más alfabetizado del mundo era el que había instaurado los campos de concentración para la tortura en masa y la cremación de judíos y católicos. Con el resultado, casi siempre, de levantarse de la cama, indignada contra mí, en lugar de indignarse con los alemanes: ya que los mitos son más fuertes que los hechos que intentan destruirlos, y el mito de la enseñanza primaria en la Argentina, por disparatado y cómico que parezca, ha resistido y resistirá el ataque de cualquier cantidad de sátiras y demostraciones.

Ernesto Sabato. Informe sobre ciegos en Sobre héroes y tumbas (1961).

jueves, 15 de marzo de 2012

Dos Sabatos

René Magritte. El espejo.
Sabato caminaba entre las gentes, pero no lo advertían, como si fuera un ser viviente entre fantasmas. Se desesperó y comenzó a gritar. Pero todos proseguían su camino, en silencio, indiferentes, sin mostrar el menor signo de haberlo visto ni oído.
Entonces tomó el tren para Santos Lugares.
Al llegar a la estación, bajó, caminó hacia la calle Bonifacini, sin que nadie lo mirase ni saludase. Entró en su casa y se produjo una sola señal de su presencia: Lolita mudamente ladró con los pelos erizados. Gladys la hizo callar, irritada: estás loca, pareció gritarle, no ves que no hay nadie. Entró a su estudio. Delante de su mesa de trabajo estaba Sabato sentado, como meditando en algún infortunio, con la cabeza agobiada sobre las dos manos.
Caminó hacia él, hasta ponerse delante, y pudo advertir que sus ojos estaban mirando al vacío, absortos y tristísimos.
–Soy yo –le explicó.
Permaneció inmutable, con la cabeza entre las manos. Casi grotescamente, se rectificó:
–Soy vos.
Pero tampoco se produjo ningún indicio de que el otro lo oyera o lo viese. Ni el más leve rumor salió de sus labios, no se produjo en su cuerpo ni en sus manos el más ligero movimiento.
Los dos estaban solos, separados del mundo. Y, para colmo, separados entre ellos mismos.
De pronto observó que de los ojos del Sabato sentado habían comenzado a caer algunas lágrimas. Con estupor sintió entonces que también por sus mejillas corrían los característicos hilillos fríos de las lágrimas.

Ernesto Sabato. Abaddón el exterminador (1974).

sábado, 10 de marzo de 2012

Chéjov y el fin de la juventud

Fotografía de Chéjov en 1893.
Solo tenía veintisiete años, pero ya estaba gordo, vestía como los viejos, con trajes muy holgados, y padecía disnea. Poseía todas las inclinaciones del terrateniente solterón. No se enamoraba, no pensaba en casarse y únicamente quería a su madre, a su hermana, a la niñera y al jardinero Vasílich. Le gustaba comer bien, dormir la siesta y hablar de política y de materias elevadas… Había terminado en tiempos los estudios en la universidad, pero ahora lo veía como si hubiese sido una carga inevitable para los jóvenes de los dieciocho a los veinticinco años. Al menos, las ideas que ahora rondaban cada día por su cabeza no tenían nada en común con la universidad ni con lo que allí había estudiado.

Antón Chéjov. Vecinos (1892).

domingo, 4 de marzo de 2012

Claudio Trobo y los mitos inventados

Ernest Descals. Matorell, paisaje urbano.



   Lorenzo sonrió, y luego comenzó a hablar encendidamente:
  —La importancia de lo que está haciendo en Cuba la ve por el resentimiento de los imperialistas. Están llenos de odio. ¿Y todo por qué? Sólo por una cosa, porque se les ha denunciado ante el mundo, porque un puñado de hombres ha comenzado a luchar por la dignidad. Y para ellos es inesperado, y muy peligroso. Pueden perder millones de dólares.
   Andrés lo miró, el otro lo observaba con atención, el coche se movía lentamente, pasaba junto a una hilera de hormigoneras que estaban en medio de un fangal. 
   —Le soy franco —comenzó Andrés—, no entiendo su entusiasmo. No veo por qué cree que eso es importante.
   Lorenzo respondió sonriente:
   —¿Lo piensa negar? ¿O es que está en la línea de su Canal?
   —Nada de eso.
 —Me da asco ver las seriales enlatadas que nos mandan los americanos, en las que ellos son “nenes buenos”.
   Andrés meneó la cabeza:
   —No cambie el tema. Usted sabe que lo que decía no significa nada; que nada significa nada —hizo una pausa y siguió con voz opaca—. Sólo hay un gran hueco, estamos desamparados, solos, absurdamente temerosos. Y eso lleva a inventarnos mitos. Es un símbolo de nuestra debilidad.
   —No entiendo a qué viene eso. Es traído de los pelos.
  —A lo que usted decía. El marxismo es como el fútbol, un pretexto para no enfrentarse. Es casi como decir que no hay noche porque uno se ponga a cantar en la sombra y se concentre en sus gritos. Todo es absurdo, inútil.
   —Eso no es cierto.
   —Es cierto y usted lo sabe. Lo que pasa es que no quiere cargar con su peso; ser consciente es un compromiso muy difícil, para después seguir adelante. Darse cuenta es la inmovilidad.
   Lorenzo pasó la mano por el parabrisas que comenzaba a empañarse y dijo:
  —Hay tantas cosas valiosas. Lo único que hay que saber es buscarlas. ¿Usted no cree en luchar por los demás?
  —¿Y eso qué arregla? Eso es no plantearnos nuestra realidad, es tratar de distraerse.
   —Al contrario.
  —La soledad, el miedo, el azoramiento están siempre presentes, aunque se ocupe de mil cosas. Aunque se embrutezca trabajando o haciendo gimnasia.

Claudio Trobo. El invitado (1965).