sábado, 31 de agosto de 2013

Lu Xun: rodeado de enemigos

Corneliu Baba. El rey loco (1986).
Esta mañana pasé un buen rato sentado tranquilamente. El viejo Chen me trajo mi comida: un plato de legumbres y otro de pescado cocido al vapor. Los ojos del pescado eran blancos y duros; tenía la boca entreabierta, igual que esa banda de comedores de hombres. Después de probar algunos bocados de esa carne viscosa, no sabía ya si estaba comiendo pescado o carne humana, de suerte que vomité con asco.
   Dije:
   —Mi viejo Chen, anda a decirle a mi hermano que me ahogo aquí y que quisiera salir a pasear por el jardín.
   El viejo Chen se alejó sin responder, pero un poco después volvió a abrirme la puerta.
   No me moví, preguntándome qué iban a hacer, porque sabía muy bien que no iban a dejarme libre. Efectivamente, mi hermano se acercaba con un viejo que caminaba a pasos lentos. Ese hombre tenía una mirada terrible, pero como temía que yo me diera cuenta, bajaba la cabeza hacia el suelo y me miraba a hurtadillas, por encima de sus anteojos.
   —Tienes un aspecto magnífico —me dijo mi hermano.
   —Sí —respondí.
   —Le he pedido al señor Jo que viniera a examinarte —siguió diciendo.
   Respondí:
   —¡Que lo haga! —¡pero yo sabía muy bien que ese viejo no era otro que el verdugo disfrazado!
   So pretexto de tomarme el pulso quería calcular mi grado de corpulencia y seguramente iban a darle un pedazo de mi carne en pago de sus servicios. Yo no tenía miedo; aunque no como carne humana, me creo más valiente que esos caníbales. Tendí ambos puños y esperé lo que iba a seguir. El viejo se sentó, cerró los ojos, me tomó largamente el pulso, permaneció un instante silencioso y luego, abriendo los ojos diabólicos, dijo:
   —No se deje llevar por su imaginación. Algunos días de tranquilidad y reposo y se repondrá.
   ¡No dejarse llevar por la imaginación! ¡Tranquilidad y reposo! Evidentemente, cuando yo estuviera bien cebado, tendrían más que comer. Pero ¿qué ganaría yo? ¿Era eso lo que iba a "reponerme"? A esos caníbales les gusta comer hombres, pero obran en secreto, tratando de salvar las apariencias, y no se atreven a actuar directamente. ¡Es para morirse de la risa! No pudiendo aguantarme, me eché a reír a carcajadas, porque eso me divertía una enormidad. Yo sé que en mi risa vibraban el valor y la justicia. El viejo y mi hermano palidecieron, aplastados por el valor y la justicia de que yo hacía gala.
   Pero justamente porque soy valiente, tendrán aún más ganas de devorarme, para adquirir parte de mi coraje. El viejo dejó mi habitación y apenas se habían alejado un poco, dijo a mi hermano en voz baja: "Engullirlo en seguida". Mi hermano bajó la cabeza en señal de asentimiento. ¡Tú estás también en esto! Este extraordinario descubrimiento, aunque imprevisto, no me asombró, sin embargo, excesivamente: ¡mi hermano formaba parte de la banda de caníbales que quería devorarme!
   ¡Mi hermano es un comedor de hombres!
   ¡Soy hermano de un comedor de hombres!
   ¡Podré ser devorado por los hombres, pero no por eso dejo de ser hermano de un comedor de hombres!

Lu Xun. Diario de un loco (1918).

viernes, 30 de agosto de 2013

García Lorca: miedo a la soledad

Stefan Luchian. Woman Worker (1893).
Mire usted, tengo a todo el pueblo encima, quieren venir a matarme, y sin embargo no tengo ningún miedo. La navaja se contesta con la navaja y el palo con el palo, pero cuando de noche cierro esa puerta y me voy sola a mi cama... me da una pena... ¡qué pena! ¡Y paso unas sofocaciones!... Que cruje la cómoda: ¡un susto! Que suenan con el aguacero los cristales del ventanillo, ¡otro susto! Que yo sola meneo sin querer las perinolas de la cama, ¡susto doble! Y todo esto no es más que el miedo a la soledad donde están los fantasmas, que yo no he visto porque no los he querido ver, pero que vieron mi madre y mi abuela y todas las mujeres de mi familia que han tenido ojos en la cara.

Federico García Lorca. La zapatera prodigiosa (1930).

jueves, 29 de agosto de 2013

Gao Xingjian: los hombres y los peces

Honoré Daumier. El motín. La destrucción de Sodoma.
Y también en el Wanxian ha fondeado el barco por la noche. El segundo de a bordo ha venido a charlar conmigo mientras yo estaba contemplando las luces de la ciudad. Me ha contado que, refugiado en su cabina de pilotaje, asistió a una carnicería durante la Revolución cultural. Eran por supuesto hombres lo que estaban matando, no peces. De tres en tres, atados por las muñecas con un alambre, fueron empujados hacia el río por unos disparos de metralleta. Tan pronto como uno de ellos era alcanzado, arrastraba a los otros al agua y los vio debatirse como peces atrapados en el anzuelo, antes de ser llevados a la deriva por la corriente, cual perros reventados. Lo curioso es que cuantos más hombres se mata, más numerosos son estos, mientras que los peces, cuántos más se han pescado, más escasos se vuelven. Sería preferible lo contrario.


Gao Xingjian. La montaña del alma (1990).

miércoles, 28 de agosto de 2013

Cortázar: una alegría interrumpida

Boris Kustodiev. Los hijos del artista (1913).
   Una tarde hubo siesta, sandía, pelota a paleta en la pared que miraba al arroyo, y Nino estuvo espléndido sacando tiros que parecían perdidos y subiéndose al techo por la glicina para desenganchar la pelota metida entre dos tejas. Vino un peoncito del lado de los sauces y los acompañó a jugar, pero era lerdo y se le iban los tiros. Isabel olía hojas de aguaribay y en un momento, al devolver con un revés una pelota insidiosa que Nino le mandaba baja, sintió como muy adentro la felicidad del verano. Por primera vez entendía su presencia en Los Horneros, las vacaciones, Nino. Pensó en el formicario, allá arriba, y era una cosa muerta y rezumante, un horror de patas buscando salir, un aire viciado y venenoso. Golpeó la pelota con rabia, con alegría, cortó un tallo de aguaribay con los dientes y lo escupió asqueada, feliz, por fin de veras bajo el sol del campo.
   Los vidrios cayeron como granizo. Era en el estudio del Nene. Lo vieron asomarse en mangas de camisa, con los anchos anteojos negros.
    —¡Mocosos de porquería!
   El peoncito escapaba. Nino se puso al lado de Isabel, ella lo sintió temblar con el mismo viento que los sauces.
   —Fue sin querer, tío.
   —De veras, Nene, fue sin querer.
   Ya no estaba.


Julio Cortázar. Bestiario (1951).

martes, 27 de agosto de 2013

David Lodge: un libro original

William Merritt Chase. El libro antiguo (1908-1916).
¿Qué queremos decir cuando afirmamos —y es un elogio muy común— que un libro es «original»? No queremos decir con ello, en general, que el escritor ha inventado algo sin precedentes, sino que nos ha hecho «percibir» algo que, en un sentido conceptual, ya «sabemos», y lo ha hecho desviándose de los modos convencionales, habituales, de representar la realidad. Desfamiliarización, en una palabra, es otra manera de decir «originalidad».


David Lodge. El arte de la ficción (1992).

domingo, 25 de agosto de 2013

José Donoso: el comienzo de una fijación

Tintoretto. Susana y los viejos (1555).
   Poco a poco la comencé a buscar. El día no me parecía completo sin verla. Leyendo un libro, por ejemplo, me sorprendía haciendo conjeturas acerca de la señora en vez de concentrarme en lo escrito. La colocaba en situaciones imaginarias, en medio de objetos que yo desconocía. Principié a reunir datos acerca de su persona, todos carentes de importancia y significación. Le gustaba el color verde. Fumaba sólo cierta clase de cigarrillos. Ella hacía las compras para las comidas de su casa.
   A veces sentía tal necesidad de verla, que abandonaba cuanto me tenía atareado para salir en su busca. Y en algunas ocasiones la encontraba. Otras no, y volvía malhumorado a encerrarme en mi cuarto, no pudiendo pensar en otra cosa durante el resto de la noche.

José Donoso. Una señora (1966).

viernes, 23 de agosto de 2013

Nabokov: la felicidad

John Atkinson Grimshaw. Whitby Harbor by Moonlight.
   Escucha: soy feliz, absoluta o idealmente feliz. Mi felicidad es una especie de desafío. Mientras deambulo por las calles y plazas y por los caminos junto al canal, sintiendo distraído los labios de la humedad a través de mis suelas gastadas, llevo orgulloso sobre los hombros mi inefable felicidad. Los siglos pasarán uno tras otro, y los escolares bostezarán ante la historia de nuestras revoluciones y miserias; todo pasará, pero mi felicidad, mi amor, mi felicidad permanecerá, en el reflejo húmedo de una farola, en la curva precavida de los escalones de piedra que descienden hasta las aguas negras del canal, en la sonrisa de una pareja que baila, en todo aquello con lo que Dios tan generosamente circunda la soledad humana.


Vladimir Nabokov. Una carta que nunca llegó a Rusia.

jueves, 22 de agosto de 2013

Monterroso: un escritor criticado

Horace Pippin. Amish Letter Writer (1940).
Escribió un drama: dijeron que se creía Shakespeare;
Escribió una novela: dijeron que se creía Proust;
Escribió un cuento: dijeron que se creía Chejov;
Escribió una carta: dijeron que se creía Lord Chesterfield;
Escribió un diario: dijeron que se creía Pavese;
Escribió una despedida: dijeron que se creía Cervantes;
Dejo de escribir: dijeron que se creía Rimbaud;
Escribió un epitafio: dijeron que se creía difunto.

Augusto Monterroso. Epitafio encontrado en el cementerio Monte Parnaso de San Blas (1987).

martes, 20 de agosto de 2013

Solzhenitsyn: prisión para los creyentes

Vasili Polénov. El arresto de un hugonote (1875). 
   Sin embargo, para erradicar definitivamente la religión en este país —uno de los objetivos principales de la GPU-NKVD en los años veinte y treinta— habría sido necesario encarcelar en masa a los propios creyentes ortodoxos. Se procedió a una intensa campaña de arresto, encarcelamiento y destierro contra los monjes y monjas, cuyos oscuros hábitos habían ennegrecido la vida rusa anterior. Se arrestaba y se juzgaba a los activistas de la Iglesia. Las ondas iban ensanchándose continuamente y pasaron a apresar a simples seglares creyentes, a personas de edad, en especial mujeres —porque su fe era más obstinada— a las que durante muchos años se conoció como monjitas en las cárceles de tránsito y en los campos de reclusión.
   Desde luego, oficialmente no se les arrestaba y juzgaba por el mero hecho de creer, sino por manifestar su fe en voz alta y educar a sus hijos en ese espíritu. Como escribió Tania Jodkévich:
   «Puedes rezar libremente, Pero... que solo te oiga Dios».
   (Por estos versos le cayeron diez años.) La persona que creía poseer la verdad espiritual debía ocultarla... ¡a sus propios hijos! En los años veinte la educación religiosa caía en el artículo 58-10, es decir, ¡propaganda contrarrevolucionaria! Cierto es que el tribunal daba la posibilidad de abjurar de la religión. Aunque no era frecuente, podía darse el caso de que el padre abjurara y se quedara al cuidado de los hijos mientras la madre era enviada a Solovki (en estas décadas, las mujeres demostraron tener una fe más firme). A todos los creyentes les echaban diez años, la pena máxima en aquel entonces.


Aleksandr Solzhenitsyn. Archipiélago Gulag (1973).