viernes, 20 de septiembre de 2013

J. R. Ribeyro: batirse en retirada

Francisco de Goya. Tristes pensamientos de lo que está por venir (1810).
(...) Al divisar la verja asumió el aire profundo y atareado de un hombre de negocios. Se disponía a cruzarla cuando, al levantar la vista, distinguió al lado del portero a un cónclave de hombres canosos y ensotanados que lo espiaban, inquietos. Esta inesperada composición —que le recordó a los jurados de su infancia— fue suficiente para desatar una profusión de reflejos de defensa y, virando con rapidez, se escapó hacia la avenida.
   A los veinte pasos se dio cuenta de que alguien lo seguía. Una voz sonaba a sus espaldas. Era el portero.
   —Por favor —decía—. ¿No es usted el señor Palomino, el nuevo profesor de historia? Los hermanos lo están esperando Matías se volvió, rojo de ira.
   —¡Yo soy cobrador! —contestó brutalmente, como si hubiera sido víctima de alguna vergonzosa confusión.
   El portero le pidió excusas y se retiró. Matías prosiguió su camino, llegó a la avenida, torció al parque, anduvo sin rumbo entre la gente que iba de compras, se resbaló en un sardinel, estuvo a punto de derribar a un ciego y cayó finalmente en una banca, abochornado, entorpecido, como si tuviera un queso por cerebro.
   Cuando los niños que salían del colegio comenzaron a retozar a su alrededor, despertó de su letargo. Confundido aún, bajo la impresión de haber sido objeto de una humillante estafa, se incorporó y tomó el camino de su casa. Inconscientemente eligió una ruta llena de meandros. Se distraía. La realidad se le escapaba por todas las fisuras de su imaginación. Pensaba que algún día sería millonario por un golpe de azar. Solamente cuando llegó a la quinta y vio que su mujer lo esperaba en la puerta del departamento, con el delantal amarrado a su cintura, tomó conciencia de su enorme frustración. No obstante se repuso, tentó una sonrisa y se aprestó a recibir a su mujer, que ya corría por el pasillo con los brazos abiertos.
   —¿Qué tal te ha ido? ¿Dictaste tu clase? ¿Qué han dicho los alumnos?
   —¡Magnífico!... ¡Todo ha sido magnífico! —Balbuceó Matías—. ¡Me aplaudieron! —pero al sentir los brazos de su mujer que lo enlazaban del cuello y al ver en sus ojos, por primera vez, una llama de invencible orgullo, inclinó con violencia la cabeza y se echó desconsoladamente a llorar.

Julio Ramón Ribeyro. El profesor suplente (1964).

2 comentarios:

  1. Muchísimas gracias por este descubrimiento, me ha llamado la atención y al investigar y leer un poco más me he llevado una grata sorpresa.

    Saludos!

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    1. Me alegra que te haya agradado este fragmento. Julio Ramón Ribeyro es considerado uno de los mejores cuentistas peruanos.
      Saludos. :)

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